En determinado momento, el bote de goma no depende de la fuerza ni de la habilidad de los guías ni tampoco de las personas que reman en las aguas caudalosas, sino del capricho de la corriente del río Coroico. Y si bien en ciertas circunstancias el remolino amenaza con dar vuelta la embarcación, no hay motivos para temer. La adrenalina de una jornada de rafting puede más que el miedo.
La empresa Turismo Extremo y el grupo Fuera de Ruta - Adrenalina y Rescate son los encargados de dar vida al Rafting Yungas, una actividad recreativa de descenso en balsa a través del río Coroico, aventura que, además de ofrecer una jornada de divertimento, introduce a los cursos de rescatismo en ríos de montaña.
Richard Ilimuri, director de Fuera de Ruta, ha crecido nadando en su natal Santa Ana del Yacuma, en el departamento de Beni. Gracias a ese conocimiento y a partir de 1993, mediante un emprendimiento familiar, comenzó a trabajar como guía de turismo principalmente en incursiones por los ríos Coroico, Pongo, Kaka, Mapiri y Beni.
Sin embargo, un accidente en 1998 cambió su vida. Fue cuando el bote en el que navegaban sus familiares se volcó con final trágico. “Lo más duro que me pasó en la vida fue hacer el rescate”, recuerda. Desde ese momento se alejó 10 años de la práctica de natación en los afluentes, y en lugar de ello se capacitó en el exterior, en rafting, primeros auxilios, seguridad y rescate en ríos de montaña.
Los cursos de rescate que actualmente ofrece la agencia de turismo se dividen en tres niveles: para principiantes, que se desarrolla en un día; el intermedio, que se realiza en tres, y el avanzado, que dura cinco jornadas, denominado Curso Internacional de Seguridad y Rescate en Ríos de Montaña. Para la historia de esta crónica, la comitiva se ha inscrito al paquete esencial de día completo, que incluye cuatro horas de navegación por el río Coroico, senderismo, saltos de valor desde cinco o más metros y una charla sobre primeros auxilios y rescatismo en esta clase de afluentes.
Manuel Justiniano ha formado parte del Grupo de Apoyo Civil a la Policía (Gasip) de Santa Cruz y, como parte de su preparación, conoció a Richard hace tres años en uno de sus cursos de primeros auxilios; no obstante, se quedó con las ganas de volver a la peripecia en el torrente yungueño, que se caracteriza por ser ideal para practicar rafting, deporte extremo también denominado descenso de ríos o balsismo.
Cuando todos los participantes de la aventura se encuentran dentro del agua, Richard explica de manera teórica y práctica lo que se debe hacer en caso de que una persona se esté ahogando, desde cómo transportarla a la orilla del río hasta darle respiración en caso de que sea necesario. Para la jornada extrema, la principal recomendación es no desesperarse en caso de caer del bote, primero porque cada uno de los pasajeros cuenta con un chaleco salvavidas y un casco, y porque hay guías que están en apronte ante cualquier problema. El consejo que se queda en la memoria de los excursionistas es que si se pierde el equilibrio y se sumerge en el agua, lo primero que se debe hacer es extender los brazos y las piernas como si fuera una estrella, para que el auxilio sea más fácil.
Richard pone mucho empeño en las instrucciones de autorrescate para esta jornada de rafting. “A los cinco minutos de ocurrido un accidente, si se mueve el personal de manera rápida, se puede hacer el rescate normal de heridos. Después de ese tiempo se convierte en recuperación de cuerpos”, advierte, basándose en la experiencia de haber participado en varios salvamentos en una región donde suelen darse despeñamientos de vehículos, como consecuencia de la humedad del terreno y porque la carretera continúa siendo peligrosa en algunos sectores.
Al empezar a navegar a través del río Coroico se ponen en práctica los principales comandos de navegación. La bajada es vertiginosa —a una velocidad aproximada de 15 kilómetros por hora—, como si se estuviera en un tobogán largo e irregular, así es que es mejor dejarse llevar. “Adelante”, ordena el guía cuando se pasa por sectores tranquilos; entonces los turistas toman las palas largas de aluminio que incluye la embarcación para comenzar a remar. Las otras instrucciones son “atrás”, “derecha” e “izquierda”, con el fin de evitar el choque con alguna roca o encallar en un lugar peligroso.
La emoción aumenta a medida que se recorren las aguas turbias que atraviesan gran parte de la provincia Caranavi. “Abajo”, grita Richard. Es el lugar donde se debe tener cuidado y, a la vez, donde más se disfruta de la experiencia. Sucede que se ha llegado a Las Ánimas; allí las olas son altas y la inestabilidad es constante, por lo que los pasajeros tienen que arrodillarse y ubicarse en el fondo de la embarcación.
El movimiento del bote ya no depende de la fuerza o habilidad de los guías, ni tampoco de los partícipes de esta aventura, sino del capricho del río. El agua entra por todos lados, mientras la barca da media vuelta y desciende por su lado opuesto.
De esa manera se vive la emoción de bajar por el río, hazaña dominada por guías de mucha experiencia y por aventureros que se esfuerzan por luchar contra la furia del líquido elemento, con el remo como única arma, rodeados por cerros verdes, un cielo azul de escasas nubes y el sol que brilla para los navegantes.
Cuando las aguas se amansan y se tiene que volver a remar, en ese momento los expedicionarios se dan cuenta de que están rodeados de rocas y piedras que han caído como consecuencia de la construcción de la carretera Santa Bárbara-Caranavi-Quiquibey, tarea que fue suspendida por la rescisión de contrato con la sociedad Accidental Argentina Bolivia (Arbol) en 2015.
Los 30 kilómetros de recorrido, que transcurren por Las Ánimas, Puente León y la Cascada de los Ángeles, concluyen con un playón, donde se lleva a cabo la otra parte de la aventura extrema. El nombre es sugerente, pero eso no amilana a los visitantes. Después de caminar unos minutos a través de la selva paradisíaca y poco visitada, se llega a donde se pone a prueba la valentía de quienes pasan los cursos de rescatismo: la Cascada del Diablo.
En el curso avanzado de rescatismo, los participantes practican en ese lugar rapel y salto de confianza, es decir que brincan desde caídas de agua de 15 metros o desde la Cascada del Diablo, que tiene una altura de al menos 25 metros.
Juan Salazar también ha crecido rodeado de ríos, en la localidad de Alcoche (en el municipio de Caranavi) y, al igual que Richard, es conocedor de la selva y los afluentes de la región. Es él quien da el ejemplo al escalar la roca resbalosa, con un poco de vegetación que ayuda a sostenerse, y llegar a la cascada de 15 metros, desde donde salta como si fuera cosa de rutina. Al ser un curso de nivel principiante, los aventureros experimentan la sensación de caer al agua desde terrazas de ocho y cinco metros de altura. “Vernos en un lugar muy alto y tomar la decisión de dar el paso hacia el vacío, hacerlo y repetirlo, ahí está el gusto”, afirma Nataly Zapata, quien equilibra sus jornadas como odontóloga con deportes extremos junto a su amiga Luz Segales, quien pese a no saber nadar se lanza desde cinco metros, más que todo por la seguridad que brindan los acompañantes. “Aunque dura unos segundos, se siente una paz total”. Los asistentes coinciden en una palabra —adrenalina— para expresar su sensación. Después de compartir la experiencia de haber visitado la caída de agua en un pequeño campamento a orillas del río, Richard da instrucciones sobre salvamento y un curso acelerado de natación en afluentes, que no es lo mismo que en piscina, por la fuerza del caudal. Los cursos avanzados de rescatismo en ríos de montaña, que se llevan a cabo una vez al año, son recomendados para guías de turismo, montañistas, alpinistas, profesores de educación física, kayakistas, rescatistas, salvavidas, policías, buzos, bomberos y fuerzas de seguridad.
Manuel está contento de haber repetido la experiencia del rafting y de los saltos de confianza, pero mucho más por haber repasado los aspectos más importantes de primeros auxilios y rescatismo, pues ahora, al trabajar en un grupo de seguridad en La Paz, pretende que su trabajo se asemeje al de Richard: hacer de su actividad una peripecia segura.
Destreza y espíritu de aventura
Conocido en el mundo como rafting, el descenso de ríos o balsismo es un deporte extremo en el que se mezclan la destreza y el espíritu de aventura, consistente en recorrer el cauce de los ríos en dirección de la corriente sobre algún tipo de embarcación, como una balsa de goma, canoa o un kayak.
No existe una fecha exacta de la aparición de esta actividad, aunque se señala que es producto de exploradores, cazadores y pescadores que descendían en botes, y que se popularizó en regiones de Europa y en Estados Unidos.
El rafting, como actividad de recreación, empezó después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando los botes inflables con forma de canasta, que habían sido diseñados para efectuar ataques sorpresa en el océano, comenzaron a ser utilizados en los ríos rápidos como diversión para el tiempo libre.
En los años 50, esta actividad alcanzó mucha popularidad, por lo que reemplazaron estas embarcaciones militares por otras con formas rectangulares y con materiales novedosos, que las hacen más resistentes y seguras al agua.
Los practicantes de esta disciplina han encontrado nuevos recorridos para bajar los ríos e incluso lograron que el rafting sea reconocido en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 (Alemania).
Clasificación de ríos
La fuerza de los ríos varía entre alto, medio y bajo, dependiendo de la temporada de lluvias. Por ejemplo, el caudal alcanza su nivel máximo durante el deshielo, que ocurre en primavera. El mínimo se registra a principios de otoño y, con el transcurrir de la estación, las lluvias hacen que los ríos vuelvan a ganar volumen.
Pero la diversión no depende de la altura, sino del grado de dificultad, que se detalla a continuación:
Clase 1 (fácil). Es agua en movimiento, con olas chicas y pasajes claros, casi sin obstrucciones.
Clase 2 (novatos). Son ríos rápidos, con canales anchos y claros. Se requiere cierta maniobrabilidad, pero las olas, rocas y demás obstáculos son fácilmente sorteables.
Clase 3 (intermedio). El caudal es rápido, con olas altas, irregulares y constantes, capaz de sumergir una canoa abierta. A menudo se requiere maniobrabilidad compleja en aguas rápidas y un buen control del bote. El autorrescate es en general fácil, pero puede requerir asistencia del grupo en rápidos largos.
Clase 4 (avanzado). Los descensos son rápidos, intensos, poderosos pero predecibles, que requieren un manejo preciso del bote en aguas turbulentas. Antes de ser atravesados por primera vez deben ser explorados. En caso de algún accidente, las condiciones de rescate son dificultosas, por lo que es recomendable que lo hagan personas entrenadas.
Clase 5 (expertos). Los rápidos son largos, muy violentos, con gran desnivel, rutas muy congestionadas, que pueden tener olas grandes y huecos imposibles de evitar, por lo que requieren un alto nivel de entrenamiento. Deben ser explorados desde la costa, aunque no siempre es posible. La natación es peligrosa y el rescate es difícil incluso para los expertos.
Clase 6 (extremo). Estos rápidos a menudo ejemplifican el límite de dificultad, son impredecibles y muy peligrosos. Los errores pueden tener consecuencias muy graves y el rescate puede ser imposible. Es solo para equipos de expertos, después de haber realizado una inspección detallada y tomado todas las precauciones.
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